Atención padres! Seleccionen que batallas enfrentar con sus hijos

 “No me hace caso”. “Soy pésima mamá”. “Nada me funciona con mis hijos”, etc. Es muy común escuchar estas frases que transmiten un sentimiento de  incompetencia ante la difícil tarea que es la crianza de los hijos. 

Seguramente, todos recordamos cuando nuestros padres nos controlaban con una mirada fija que nos hacía temblar y obedecer al instante, el punto es que los niños de ahora  son muy diferentes y el estilo de crianza también.

Enfatizamos en la importancia de  la regulación de las emociones, la tolerancia a la frustración y la habilidad para resolver problemas por parte del niño no se desarrollan independientemente, sino que dependen, en gran parte, de la manera y de los modelos usados por los adultos para enseñar a los niños.

Por tanto, el primer objetivo consiste en resolver aquellos puntos en los que se observan incompatibilidades entre las dos partes.

La actuación de los padres debe venir determinada por la calificación que se establezca para cada conducta incorrecta y no por el grado de tolerancia de ese momento.

Ross Greene, creador del modelo CPS, modelo colaborativo de resolución de problemas propone,  dividir las conductas en tres grandes grupos:

 

Si la conducta implica  una agresión física a otro, riesgo de hacerse daño o de romper o destruir cosas, o atentar contra la propiedad ajena (Ejemplos: pegar, robar), la prioridad está en controlar la conducta, pues de lo contrario se podrían derivar consecuencias  inaceptables. Por tanto, en esta situación no se discute, no se argumenta, no se grita; simplemente se controla la conducta y el adulto impone su autoridad. Ciertamente, es posible que el niño no mejore sus habilidades básicas, pero se habrá evitado un daño.

 

Las conductas inadecuadas que no generan riesgos por sí mismas y no generan problemas importantes en la dinámica familiar (ejemplos: andar descalzo,  no querer comer algún alimento, comer con las manos, levantarse de la mesa) son las más frecuentes y, por tanto, la causa más común de discusiones domésticas.

La creencia popular es que si los padres no intervienen frente a una desobediencia o mala conducta, pierden su autoridad y el niño cada vez será peor educado, consentido y rebelde. Ciertamente los padres van a perder su autoridad si intentan reprimir la conducta y no lo consiguen. Por el contrario, si los padres consiguen reprimir la conducta, puede desencadenarse una situación extremadamente estresante para la familia y el niño, sin que necesariamente hayan mejorado las habilidades cognitivas subyacentes al problema. Difícilmente es soportable en un entorno familiar una lucha diaria para conseguir que el niño controle permanentemente situaciones que le son muy difíciles a causa muchas veces  de sus pocas habilidades para regular la conducta (flexibilidad, impulsividad, baja tolerancia a la frustración, etc.).

Lo adecuado en estas situaciones  es ‘por ahora no intervenir’. No prohibir,

sin que ello signifique aceptar que tal conducta es adecuada. De este modo, la autoridad o influencia paterna no se resiente, puesto que no hay ninguna contravención de las reglas.

 

Las conductas  sin riesgo propio o ajeno, pero que generan problemas importantes en la dinámica familiar (ejemplos: negarse a acudir con la familia a un evento importante, demandas desmesuradas) son las más importantes para incidir en la mejoría de las habilidades básicas. A partir de tales situaciones se intenta que el niño sea capaz de modular su conducta basándose en la reflexión, flexibilidad y autocontrol. Pero para ello será necesario seguir determinados pasos que permitan alcanzar estos objetivos.

 

Los pasos iniciales consisten en mostrarse empático, definir

el problema e invitar al niño a encontrar una solución aceptable

para él y para el adulto, en la cual ambos deberán ceder.

 

 La empatía facilita que el niño y el adulto conserven la calma. Tratar de ponerse en el lugar del otro, entenderlo y expresárselo verbalmente. Tenemos que  imaginarnos que siente el otro en esta situación (enojo, tristeza, frustración, etc.) y porque razón. La capacidad de ponerse en los zapatos del otro es una de  las cosas más complejas pero también de las más importantes a enseñar. Se logra exponiendo a los niños a situaciones como: “Me doy cuenta que esto te frustra porque llevas mucho tiempo haciendo las tareas del colegio”, “Entiendo que a vos te enoja y entristece que yo llegue tarde algunos días”“Se que te molesta que te plantee esto porque hace mucho que te vengo diciendo lo mismo”

La definición del problema asegura que la preocupación del niño está

sobre la mesa (si no conocemos cuál es la preocupación, deberemos

averiguarlo). Algunas veces es necesaria la reafirmación como

elemento adicional para mantener la calma. Se permite que el niño detecte que estamos haciendo algo ‘con él’ más que ‘a él’. Vamos a ver cómo podemos resolver este problema.

Se debe ofrecer al niño la primera oportunidad para generar soluciones. En realidad no existen soluciones malas, sólo soluciones no realistas o no satisfactorias mutuamente. Por tanto, se debe alcanzar

una solución ingeniosa, entendiendo como tal cualquier solución en la que padres e hijo están de acuerdo, además de ser una alternativa realista y mutuamente satisfactoria. En realidad, lo importante no es quién ‘gana’, sino el proceso en sí mismo.

El objetivo principal de este programa es ayudar a los adultos a colaborar de forma efectiva con el niño para resolver aquellos problemas o situaciones que precipitan la conducta explosiva, y a ofrecer un espacio en el que, a través de la empatía, la negociación y el lenguaje, se favorezca la resolución conjunta

de la situación problemática.

 

Por eso aconsejamos seleccionar las batallas a enfrentar así  ayudamos  a los niños a mejorar sus conductas, resolver problemas y  evitamos o por lo menos disminuimos estallidos, luchas de poder, berrinches, malas conductas.

 

Finalmente, hay que tener en cuenta, que el mayor objetivo es entender

que el niño no elije  hacer berrinches , tener malas conductas o ir en contra de las normas , de la misma manera que un niño no escoge tener dificultades

en la lectoescritura, sino que presenta una dificultad  en estas habilidades que son cruciales para ser flexible y tolerar la frustración.

 

 

Mg. Prelas Mariana